La Tía Ausente




LOLA
(La tía ausente)

Basado en la idea, el guión y el cortometraje de Frank González.

El amor más grande de Lola siempre fue por Germán, aunque el más puro y de momentos siempre felices, era por su sobrino Adriancito. No estaba contenta con lo que hizo durante su estancia en Guadalajara pero debía ganarse la vida y actuar rápido y el haber emocionado a Peter cuando su corazón había sido robado desde muy pequeña por Germán Jiménez, tampoco le era algo de lo que se sentía orgullosa. Salió de su pueblo sin ninguna noción de lo que hacía, escapando de sus sentimientos de confusión, con demasiadas maletas para terminar viviendo en la calle, sin saber cómo ayudar a lo más querido entre lo querido de su escasa vida. Adriancito no se enteró cuando su tía desapareció del pueblo y sollozó por horas al enterarse que Yahaira Saraí ahora llamada Lola en la metrópoli, se había esfumado del pueblo sin despedirse.
Al llegar a la ciudad de las sonrisas tristes y torcidas Lola no encontró hospedaje con la familiar con la que creía que podía acogerla unos días. Durmiendo afuera de una tienda de comestibles, soportando un frío que enferma más al alma que al cuerpo y extrañando a sus dos amores sin ninguna forma de contactarlos,  un personaje que mata inocencias sin un aviso, la invitó a su hogar y a formar parte de su negocio, Betty Bom era una especie de hombre maquillado que no tenía nada femenino en su aspecto, pero le gustaba verse estrafalario y dramático con colores vivos, aunque pareciera un bulto maquillado, con una sonrisa rota por algún pasado que todas la que lo conocen, desconocían hasta el final de sus días.

Betty la llevó a unos cuartos en una colonia, casi peor que en la que dormía en la calle, explicándole  que Yahaira Saraí no es un nombre propio para el negocio y lo que solía hacer con amor por Germán, ahora lo haría por hambre  y conveniencia, todo en un tono ardiente y a la vez recatado, muy propio de ella y una de sus empleadas. Lola era su nuevo nombre y viviría con Susy,  otro accidente sin saber donde habían quedado las piezas rotas que solían ser ella, Susana Santos, que trataba de exaltar falsamente su luz y no sabía llevar su oscuridad con dignidad, escondía la inmundicia de su egoísmo con rezos y visitas compulsivas al confesionario, para arrepentirse con autoboicot de vender sus caderas muy a pesar de sus creencias.

Además en los cuartos que rentaba  Betty, vivía Sonia, una mujer con un aspecto aún más honesto que Lola, ella gemía con ganas y de placer al satisfacer a los clientes, ella llamaba por su nombre a su profesión,  ella si se había inyectado aceite comestible en sus sentaderas y tenía un novio ambicioso, con el que se entendía sin  frases para atenuar los infortunios. ella le explicó las reglas a Lola de la A a la Z con pelos y señales, de lo que se podía hacer y lo que no, lo que le gustaba a ella y a Betty,  y lo que no.

Susy llevaba a Lola al templo para expiar los pecados de ambas, Lola se había comprado vestidos coloridos que no alegraban a la feligresa y Susy se vestía con lo más cubierto que tenía, en colores monocromáticos, sin ningún perfume o algo que disgustara al padre Andrés, el héroe de carne en la vida de la creyente.  Susy había cometido el error de hablar de más, Betty no guardaba las ganancias en un banco sino bajo el colchón y muy a pesar de Los Mandamientos, pensaba en robar el dinero y necesitaba un  cómplice, todo esto era susurrado a Lola durante la misa y sin escuchar la palabra del Señor, lo que la hacía sentir una hipócrita ante el padre Andrés y ante El Santísimo, pero debía dar a conocer su plan.

Una vez al salir de la misa, cuando Susy sentía una sensación cálida en el pecho, una redención dentro de su alma contaminada y sentía que caminaba sobre las nubes mientras Cristo la miraba con familiaridad y agrado,  Peter Barney, el turista viudo, se cruzó en la vida de Lola. Lola iba estridente, con demasiado maquillaje, con demasiada bisutería, era muy difícil no mirarla. Habían pasado meses desde que Germán había escapado a Laredo y aunque aún amaba en espíritu a su amado, necesitaba besos con pasión,  necesitaba sentir algo real y no los agarrones de clientes insatisfechos con sus vida, de alientos fétidos e historias que la aburrían.  Ya habían pasado meses desde su llegada a un circo mayor que la pequeña carpa en la que habitó sus primeros 29 años de vida. Peter se acercó a saludarla y la invitó a comer, en el lenguaje español, desarticuladamente y débil, mientras Lola, con pocas palabras, le dio a entender que invitarla a comer un precio. Peter accedió al momento y le pagó.  Susy se llevó el dinero y se retiró.
Lola no había tenido amor más que para Germán, pero la desorientación y la nueva vida, le hicieron ver una belleza cansada e insulsa pero dominante en Peter, además de una oportunidad. Durante semanas, Peter y Lola se fueron conociendo, en la intimidad y en la calle, con pago y sin pago, Lola reconoció sentimientos sinceros y su cuerpo temblaba cuando Peter la besaba.  Susy  le contaba todo lo que alcanzaba a saber a Betty,  quien se sentía intranquilo, su nueva adquisición podía escapársele de las manos y eso no era nada bueno para el negocio.

Después de meses sin saber de Germán, un día la llamó preocupado, su tono de voz no tenía fuerza ni virilidad, vivía indocumentado en un país aún más descompuesto que en el que nació, sin dinero y mucha hambre.  Lola, preocupado y aún enamorada, sin poder contarle sobre Peter, prometió mandarle dinero sin explicarle como lo conseguiría. Con una astucia propia de su oficio, persuadió a Peter para que le pagara a Betty por su libertad a Betty.

Todo salió como ella quiso, Peter pagó por la libertad de Lola, Lola sacó todos los ahorros de su padrote en la madrugada con el sigilo de una chita y le pidió a Peter que huyeran en la madrugada. Betty ni siquiera tuvo que revisar bajo su colchón para saber que había sido robado, al ver el cuarto vacío de Lola, comprobó que Yahaira Saraí era más inteligente de lo que parecía. Peter Barney y ella llegaron a San Diego, y comenzaron una vida “feliz” durante quince días, Lola le hizo el amor hasta cansarlo, el placer que sentía era sincero y el cariño también, trató de vivir la vida que Peter le había prometido para ella por algunos días, sabiendo que debía desaparecer  prontamente,  para huir a Laredo.

Adriancito sintió escalofríos en la clase de matemáticas y tuvieron que llevarlo a su casa cuando se desmayó empapado en sudor frío.  Se enfermó más de una semana sin saber porqué, en los delirios de la fiebre llamaba a su tía, la sed que sentía no podía apagarla el agua y la tristeza que le oprimía los ojos hasta hacerlo llorar, no desaparecía con el tiempo ni con el medicamento. Tal vez era el lazo y el presentimiento de que Peter Barney, un hombre que él desconocía,  ya no era el amoroso amante dadivoso cuando Lola desapareció y decidió en un ataque de rabia por alma herida, que tenía que ir a Laredo siguiendo el rastro de los giros de la tarjeta de crédito de Lola, para matar al ser al que le había dado tanto y la había traicionado.

Lola fue enterrada en una fosa junto a Germán, sus cuerpos el uno contra el otro. Cuando el cuerpo de Lola cayó contra el del cadáver de Germán, pareciera como si se hubieran abrazado y Peter ya no tuvo tiempo ni cabeza de separarlos. Adriancito se recuperó al mes y se reincorporó a la escuela. Los primeros días eran más negros que el mole de olla,  la comida le sabía a papel, los dulces le sabían a vómito y nadie entendía que le pasaba al niño. Aunque sintió nostalgia en su cumpleaños, al recordar los días en que Lola lo llevaba a la feria y a la laguna a caminar por horas, se alegró con la amnesia y la demencia en los ancianos, cuando al fin sienten indiferencia, cuando olvidan la amargura de una vida y sus descalabros. Uniéndose a sus amigos, comiendo pastel y quebrando su piñata sin ayuda de alguien, podía sentir la presencia de Lola en su espalda siendo abrazado por ella, de una forma en la que solo ella, con el amor profundo que le tenía, podía abrazarlo.

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