Y

Y en la ciénega
inserté los ojos
hinchados de armadillos,
clavado en tu entrepierna,
ofreciéndome
como desayuno.

Y en la alberca vacía
encontré herradura
para patas intranquilas.

Y en la lejanía desconocida,
borré  mi cara ensayada
para domingos de arrepentimiento.

Y en la calle
solté un chillido
que enfrió el asfalto.
.
Y en la ruina,
despedí uno tras otro,
como muelle sin barcos.

René Verduzco Cortés.

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